Caso real:
Mujer joven de unos 30, que está en un proceso de “aprendizaje nutricional” (a
dieta, para entendernos), gana en 15 días 1.5 kg y, con cara de OMG, dice que no entiende cómo ha podido pasar.
¿Posibles razones?
“He ido a andar 3 o 4 días (osea, 2 o
3). Un día tomé unos buñuelos de bacalao porque los hice yo y quería probarlos,
otro dos cucharaditas de ensaladilla,
que mira que no soy yo mucho de mayonesa pero estaba ahí en la mesa… Otro día
mi hermano hizo mousse de limón y comí un cuenquecito para ver cómo estaba…
Otro un poquito de bizcocho de chocolate. Ah, y algún día suelto unas chuches y
unas patatas fritas, porque total una bolsita no es nada.”
Muchas veces tomamos alimentos
superfluos de pequeño volumen pero gran valor calórico y no somos conscientes
de cuánto puede “pesar” eso en nuestro plan alimenticio.
¿De verdad
no lo somos? Conscientes digo. Porque ninguna persona ajena al mundo de la
alimentación o la nutrición tiene por qué saber cuántas calorías tiene tal o
cual producto, pero todos sabemos, por norma general, que un snack salado, unas
chucherías o una magdalenita NO son
productos que nos debiera interesar consumir. No nos engañemos, es ampliamente
conocido que se trata de productos llenos de ingredientes y calorías
innecesarias.
Pero lo hacemos. Tomamos uno o dos a
la semana, o a diario…
Por ansiedad, porque “estoy con la
regla y me subo por las paredes”, porque “un día es un día”, porque “no tengo
fuerza de voluntad”, porque “todos lo hacen y yo no me voy a comer una
zanahoria”, porque, porque, porque… El por qué, opino, siempre está en la
mente. Nuestro cerebro puede ser el mejor aliado o el peor enemigo. Debemos
educarlo.
Sinceramente pienso que darse un
capricho gastronómico una vez a la semana (por ejemplo) puede ser muy positivo.
El que te guste, el que más tiempo haga que no tomas, el que a tu madre le sale
tan bien, el que sólo se come en esta época o el que te apetece cocinar. Darte
el gusto de disfrutar de un buen plato de lo que quieras, sin contar ni tener
en cuenta nada. Una “mala comida” un día no hará que tus buenos hábitos se
vayan al traste y puede reforzar mucho los ánimos para seguir adelante hacia
una meta saludable.
Pero cuando el capricho esporádico se
convierte en rutina, amig@, habemus
problem. Y si encima no te das ni cuenta o, en el fondo, lo sabes pero no
quieres ser consciente, puede que todo se eche a perder.
En conclusión, lleva la vida que
quieras (si es una sana, mejor para ti), organiza tu alimentación y tus hábitos
como te dicte tu conciencia. Pero, por favor, no te engañes y no intentes
engañar, porque no abre ninguna puerta.
Sinceridad con nosotros mismos, lo
primero.
Gracias por leernos, Nutrientérate.
(Laura Massía)